domingo, 11 de enero de 2015

Las primaveras árabes y el integrismo islámico

Joaquín Mª Aguirre (UCM)
A veces no es fácil determinar las causas y los efectos o, dónde van los bueyes, por explicarlo con el dicho español. Las "primaveras" árabes que fueron saludadas como una esperanza de modernización democrática desde el interior para el mundo árabe, empezaron a verse como un peligro por las extrañas derivas que fueron adquiriendo. Donde se veía esperanza, empezó a experimentarse primero desilusión, después preocupación y finalmente indignación. Algunos ironizaban sobre el "otoño" o el "invierno", dentro y fuera de los países que las habían vivido. ¿Por qué?
Cada vez que se emprende un camino que lleve a la modernización, se produce un movimiento reactivo de radicalización islámica. El fundamentalismo ve el verdadero peligro en el cuestionamiento de la religión como centro, no en el autoritarismo pues él mismo es autoritario. Lo que trata de evitar el fundamentalismo es la apertura de la religión, la pérdida del papel central que juega en el control de la sociedad. El movimiento que asusta es la reducción de la religión al ámbito privado, el ámbito de las conciencias, en donde pueda entenderse como una forma de libertad personal.
Este movimiento se produjo en Occidente posibilitando la aparición de una política de derechos humanos al margen de los "mandamientos" religiosos, permitiendo la emergencia del concepto de "ciudadano". El ciudadano mantiene obligaciones no solo con los "hermanos" o "comunidades" sino con las instituciones que le representan y no solo le controlan.

El compromiso que surge, precisamente en Francia, es el del "ciudadano". Es la identificación de los iguales en torno a unos valores comunes por encima de las distinciones y sectarismos. Es el "republicanismo" como doctrina que permite las diferencias en lo personal (libertades individuales) y obliga a todos a respetar las colectivas para asegurar la convivencia. Es un  equilibrio, no siempre fácil, en el respeto a los individuos mediante la obligación de respetar a los demás. Para ello es esencial la idea de "respeto", no solo a la propia república sino el compromiso de defender los valores individuales de los demás. Las instituciones velan por los derechos de todos y todos deben velar por el respeto a las instituciones. Puedes creer en cualquier religión o no ser creyente, pero no puedes obligar a nadie a serlo. Solo se puede obligar a creer en el derecho de los demás a creer o no creer. Los problemas surgen cuando se niegan esos valores o se debe obediencia a otros en conflicto con el respeto.
Y es ese derecho el que el fundamentalismo niega. La creencia es obligada y no se respeta el derecho de los demás a creer o no hacerlo. La exteriorización islamista, su insistencia en los signos externos, es precisamente porque estos se convierten en marcadores de las diferencias. Los signos exteriores pasan a ser esenciales porque no se debe dejar nada a lo interior, que es inaccesible por definición. El pecado surge siempre de la individualidad, que es la semilla de la rebeldía, del non serviam; la obediencia es el no pensar, el obedecer, el seguir lo dicho sin discutir. El máximo de la virtud se logra con la máxima desafección de lo individual. Es la colmena, el hormiguero, el insecto social.
El mayor peligro para el fundamentalismo era que el deseo de cambio de las sociedades  en las primaveras las alejara de esa visión de la obediencia necesaria y debida. Cuando los islamistas alcanzan el poder, su primer paso es la reducción de los derechos a la diferencia, a ser diferentes, a pensar de forma diferente. Y la primera que lo paga suele ser la mujer, el ser sumiso por excelencia en su visión del mundo.


Las primaveras árabes fueron vistas, con temor, como un deseo de libertad que iba contra sus fundamentos, como un perverso deseo de individualidad, como un desvío de la verdad, que es única, eterna y universal. Desde esas tres dimensiones —unicidad, eternidad y universalidad— se combaten los valores "individualistas" de la diversidad, la posibilidad de evolución histórica y la circunstancialidad. El fundamentalismo es la negación de la historia, que se da por concluida, cerrada. Ya todo está dicho.

Los ataques que en los países árabes se hacen contra el espíritu renovador de las primaveras como forma de modernización se han hecho desde dos frentes autoritarios: el de los desplazados del poder, que han hecho creer a Occidente que ellos al menos mantenían el orden, y el de los fundamentalistas islámicos, que lo ven como una pérdida de influencia en su ideal de reislamización de la sociedad, el movimiento de radicalización que comienza en los años 70 y se exporta a todos los países. Entender esto es esencial, ver el retroceso de la modernización y el avance del fundamentalismo.
Las manifestaciones que hoy se están produciendo como reivindicación de los valores democráticos frente a la barbarie del terrorismo no deben ser una preocupación exclusivamente por nuestros valores o nuestra seguridad. Una parte importante de nuestros valores, lo esencial, es que no son nuestros, sino nuestra aportación a un movimiento de progreso humano basado en la convivencia, la tolerancia y el deseo de mejora de todos. La "fraternidad" es también un valor más allá de las fronteras.
La semilla del fundamentalismo crece en regímenes muy distintos. Los atentados de estos días son algo más allá de una cuestión sobre la libertad de expresión, algo que a ellos les trae sin cuidado. Es una forma de ampliar las brechas para conseguir liderar el movimiento de reislamización dando sus propios mártires, sus propios héroes, mostrando que el camino es el de la victoria. Es propaganda para reafirmarse en sus avances sociales.


Lo que nos debe preocupar realmente es que cuanto más crezca la distancia, mayor será el avance del integrismo islámico. Dejaremos más aislados a su suerte a todos aquellos que intentan modernizar una sociedad a través de la educación, a través de apertura a la Ciencia, al conocimiento, a la diversidad intelectual frente al blindaje y al aislamiento retrógrado. Esta batalla solo se puede ganar dejando que afloren los valores intelectuales de la diversidad, que es lo que más temen, en el seno de las sociedades. Eso valores lo representaban muchos miles de jóvenes que salieron a las calles de Egipto, Túnez, Siria, etc., y que rápidamente fueron desplazados por integristas islámicos, primero, y posteriormente por las fuerzas de los ejércitos, que regresan convertidos en salvadores frente al desorden y la radicalidad.
Nos hemos empezado a preocupar seriamente por el integrismo cuando los yihadistas han empezado a regresar a los países en los que se forjaron, que no han sido otros que Reino Unido, Francia, Alemania, Holanda o España, etc. Se les ha "vigilado", dicen, pero su labor doctrinaria la han hecho sin demasiados problemas.


Ha sido la guerra de Siria la que ha modificado el panorama y la estrategia de estos grupos. Siria, otra primavera truncada por el autoritarismo de Al Asad y su negativa a aceptar cambios en el poder. Si la cuestión de Siria se hubiera resuelto antes, los integristas de todo el mundo no habrían tenido las oportunidades ni las expectativas que ahora tienen. Lo primero que hicieron los fundamentalistas fue eliminar a los que había comenzado la "primavera", los que querían una Siria democrática. Aquí las responsabilidades se amplían a Rusia como las de Estados Unidos se dan en otros lugares.
Hoy los revolucionarios de la primavera están encarcelados en algunos países o han abandonado, ante la desesperación de verse acusados de haber traído ellos el conflicto. Occidente no ha sabido entender qué tenía que haber hecho, cómo tenía que haber actuado. Se equivocó de nuevo apostando por los que le dan garantías de control de la población, militares o los islamistas, como la Hermandad Musulmana.
En la novela El reflejo de las palabras (2000), del físico y escritor iraní, Kader Abdolah, se nos dan algunas claves de lo que ocurrió en Irán, sobre la llegada de los clérigos integristas al poder. También en Irán, una inicial revolución contra el autoritarismo se transformó en una ocasión perdida que trajo lo contrario de lo que se quería:

Alguna vez quisimos convertir la nación en un paraíso, pero no sabíamos, o tal vez preferiríamos no saber, que ni el país ni el pueblo, ni nosotros mismos estábamos preparados para ello. Teníamos prisa, éramos impacientes, deseábamos recuperar el tiempo perdido, adelantarnos a la historia, pero eso era imposible. En realidad no nos merecíamos otra cosa que los clérigos. Los acontecimientos acaecidos en mi patria en los últimos ciento cincuenta años vaticinaban la llegada de un líder religioso, y la historia puso en escena a Jomeini. El periódico más importante del país publicó con grandes letras el siguiente titular: "HA LLEGADO JOMEINI". (245)

Es el lamento del revolucionario desbordado, apeado del movimiento que comenzó. El pesimismo del personaje es el de la derrota del esfuerzo, la del que siente la bofetada de la Historia. Pero no hay más "ley de la Historia" que las de que los errores se pagan y que muchos pequeños errores se acumulan hasta formar uno grande. Ayer recogíamos la perplejidad del ciudadano francés preguntándose ¿por qué, cómo era posible que unos jóvenes criados, educados en Francia tuvieran tanto odio contra Francia? No es la pregunta correcta o llega muy tarde. Hay que sincronizar las preguntas y los problemas.
Cuando comenzaron las primaveras, titulamos una entrada del blog "¿quién teme a las democracias árabes?" Las respuestas hoy son variadas: dentro, los fundamentalistas y también los que perdieron el poder y lo están recuperando; fuera, los que creen que su "seguridad" se basa en que en estos países haya regímenes carcelarios, militaristas, camuflados o no, o islámicos controlables. Ambos comparten una visión inmovilista de la historia, unos negándola y otros considerándola como una línea restrictiva en la que la democracia fuera solo posible en un marco histórico e imposible en otros.
La ingenuidad confesada en el texto de Kader Abdolah es la de los revolucionarios que en Irán entonces, pero después en Siria, Egipto, Túnez, Libia... se vieron desbordados por las fuerzas de la reacción islamista, por los sectarismos radicales y por la intolerancia extremas.
La forma de combatirla es mostrando apoyo a los valores que decimos defender aquí y allí, no negándolos a los que, además de sufrir la persecución en sus tierras, viven bajo la incomprensión o la sospecha de los que los acogen. Lo que el fundamentalismo busca realmente es que les sirvamos en bandeja la intolerancia, la xenofobia, el racismo para poder decir: ¡Lo veis, os lo habíamos advertido! ¡Alejaos de ellos! ¡Venid con nosotros!

Los que hablan de la islamización de Europa hacen un flaco servicio a Europa. A ellos no les interesamos nosotros sino el control sobre los millones que salieron de allí o sobre sus hijos o nietos. Temen que un día regresen, que les planten cara, que no obedezcan, que les roben el protagonismo que la indiferencia de sus dictadores les puso en bandeja.
Lo mejor que podemos hacer, por el contrario, es ayudar, apoyar, explicar que hay millones de personas que no comparten esos ideales, a los que no hay que estigmatizar porque con eso traicionamos nuestros propios valores y se los negamos a los demás.
Termino con un fragmento de la novela de Abdolah sobre el destino de la revolución iraní:

Durante el régimen del sha se podía contar con el apoyo del pueblo, buscar refugio en casa de desconocidos, pero bajo los clérigos eso resultaba imposible.
El sha gobernaba en su propio nombre; en cambio, los imanes lo hacían en nombre de Dios. Jomeini se presentó ante las cámaras de televisión para decir que el reino de Dios peligraba, y recomendó a sus seguidores que vigilasen a sus vecinos.
De repente el país, la patria dejó de ser nuestra. Nadie se atrevía a hacer nada. Uno sentía que todo el mundo lo vigilaba tras las cortinas. (262)

Haga un ligero cambio de caras y cambie de canal y mensaje. Europa no peligra. Y no lo hace mientras sus valores sean firmes. Ha sobrevivido al totalitarismo y la barbarie en su propio suelo —también los fascismos crearon un mundo que vigilaba tras las cortinas— porque ha sabido mantenerse dentro de sus propios valores, que son los que nos han permitido vivir y convivir, superar conflictos. Fundamentalizar Europa es la tentación del integrismo propio, que deja de hablar en su nombre y se apropia del "pueblo", de todos los ciudadanos, de la "patria" y pide "vigilancia", expulsiones, penas de muerte, lanza piedras e incendia. Ni avestruces ni perros rabiosos; solo democracia.



Con fundamentalizarnos nos destruimos e imposibilitamos ser la referencia necesaria para que otros puedan tener los mismos valores de los que nos sentimos tan orgullosos, con razón. Nada agradaría más al fundamentalista que el hecho de que cerremos nuestras puertas a los que huyen de ellos. Si lo hacemos, nunca habrá esperanza de renovación. 
The New York Times lleva a sus páginas la noticia de que el llamado "héroe del supermercado kosher", que consiguió esconder a los clientes en un sótano para mantenerlos a salvo, es musulmán y de Mali. Lassana Bathily, para el que algunos piden ya la nacionalidad francesa, actuó como un verdadero "republicano", como un ciudadano del mundo, sintiendo que la fraternidad es un valor real y humanitario. Estaba más cerca de las personas inocentes en peligro que de los que usaban su misma religión para sembrar el terror y la muerte. No hizo distinciones ni dejó que las hicieran; sabía dónde estaba su lado. Todos eran personas. Ni más ni menos.



* Kader Abdolah "(2000, 2013) ."El reflejo de las palabras, Salamandra, Barcelona.








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